viernes, 30 de marzo de 2012




RESUMEN DE CUARESMA
1ª Huella de Cuaresma
 Cenizas y diamantes.

Señor, ¿cómo es posible que durante
tanto tiempo hayamos falsificado el sentido auténtico de
la Cuaresma, como un tiempo triste y lúgubre, siendo sólo
la preparación al misterio alegre y luminoso de la Pascua
Cristiana?.
Es verdad, Señor, que este tiempo sagrado comienza con
la imposición de la ceniza. Pero eso no quiere decir que
debamos ser cenicientos para nosotros, ni cenizos para
los demás, adoptando una actitud huraña y hosca, siendo
desabridos, ásperos y malhumorados.
Es cierto, Señor, que la Liturgia del primer día de Cuaresma
nos repite las viejas palabras del viejo Libro: “Acuérdate que
eres polvo y en polvo te convertirás”, pero eso no significa que
podamos hacer polvo nuestras vidas ni las de los demás con
un sentido de la penitencia y la humildad de signo negativo.
Debemos redescubrir, Señor, la unión indisoluble entre la
Cuaresma y la Pascua, intentando vivir el certero título de
aquella película: “Cenizas y diamantes”, sabiendo que la
ceniza penitencial cristiana es de un carbón destinado a
convertirse en bellos diamantes para la eternidad.
Tenemos que recordar, Señor, que el ciclo completo del polvo
humano, que si comienza siendo barro, fuimos vivificados por
tu soplo de vida natural y que, si volvemos a la tierra de donde
salimos, no será para siempre, sino que nuestro polvo, hecho
vida por la –Resurrección de Cristo, tiene una cita luminosa de
eternidad. Por eso, hay que dar a la ceniza del Miércoles de
Ceniza dimensión de Domingo Pascual

Ayunar de maldad. Señor, desde siempre Cuaresma significa
ayuno y abstinencia. Pero, actualmente, dos caminos sin
salida se ofrecen al cristiano en esta dirección: el de los que
entienden eso de ayunar y abstenerse por el de comer buen
pescado, en lugar de buena carne, y el de los que desprecian
olímpicamente esta vieja costumbre como algo del todo
superado.
Creo, Señor, que en esta etapa de cristianismo “en espíritu y
verdad”, que nos empeñamos e seguir, habría que enfocar el
ayuno y la abstinencia en la línea que Tú mismo nos señalaste
por medio de Isaías: “¿Sabéis qué ayuno quiero yo? Romper
las ataduras de iniquidad, deshacer los lazos opresores, dejar
libres a los oprimidos y romper todo yugo”.
¿Puede haber una actualidad mayor? Abstenerse, Señor, de
todo pensamiento, deseo, palabras y obras, que sirvan para
oprimir a los demás con el peso de nuestras injusticias bajo la
presión de nuestro poder, alimentar de libertad a los demás,
ofreciéndoles la posibilidad de liberarse de cualquier yugo que
oprima y rebaje la dignidad humana.
Tal vez, Señor, nos parezca una extraña forma de ayunar
demasiado espiritual. Quizás nos resultaba más práctica la
abstinencia de antes, pero esta manera de guardar la línea
interior es mucho más provechosa para el cuerpo social y
desde luego es mucho más conforme con el
 Espíritu de tu Hijo, Jesús.
Nueva Cuaresma. Señor, muchos se preguntan a qué se
ha reducido la Cuaresma, ya que hoy no tenemos obligación
legal de ayunar como nuestros abuelos, pues los días
señalados son más un símbolo que una limitación.
Cabría decir, es verdad, que nadie prohibe seguir ayunando
libremente, cuando tantos lo tienen que hacer por guardar la
línea, la salud, o por exigencias del arte o del deporte. Pero,
creo, Señor, que aún queda un ayuno mejor que practicar, si
hacemos caso a tus palabras: “¿Es acaso así el ayuno que
yo escogí el día en que el hombre se mortifica: encorvar la
cabeza como un junco, acostarse con saco y ceniza? 
¿A eso llamáis ayuno agradable a Dios? 
¿Sabéis qué ayuno quiero yo?”
Sí, Señor, la dieta que tú nos pides en esta Cuaresma, no es
la de perder unos kilos de grasa, sino la de guardar la línea de
la justicia en nuestras relaciones con los demás. La de
deshacernos de todo lastre moral, que pesa sobre nuestra
conciencia y sobre las espaldas de los que nos rodean.
Demos las vueltas que queramos, Señor, en la auténtica
religión encontraremos siempre un solo y único concepto
nuclear: la justicia y el amor, unas veces expresado en
fórmulas positivas y otras veces en cláusulas negativas.
Estos días de Cuaresma y siempre debemos ayunar de
aquello que oprime y subyuga a los demás.
Sí, Señor, la Cuaresma no es tiempo de caras largas, sino
de corazones generosos, o, al menos, justos. No es tiempo
de abstenerse de carne para comer merluza, sino de ser
abstemios de morder al prójimo y chupar su sangre.
No es tiempo de ayunar físicamente estos días, sino de
ayunar moralmente y siempre de malas acciones.

J. Falcky  y  V. Gil



 2ª Huella de Cuaresma


CRUZ Y ESPADA

Hoy, a tus plantas venimos todos,
Cristo bendito, con gran fervor.
¡Eres Camino, Verdad y Vida!
¡Eres la llama de nuestro amor!

Crucificado, te contemplamos,
necesitados de salvación.
Danos tu gracia, danos tu vida,
danos el gozo de tu perdón.

Tu pecho amante fue traspasado.
¡Fue mi pecado quien lo rasgó!
Pero la sangre de tu costado
es fuente viva de redención.

Son tus heridas puertas abiertas,
que nos descubren tu Corazón.
Haz que no busque otros caminos,
porque esas puertas llevan a Dios.

Señor, voy a señalar mi jornada
cuaresmal, como siempre, con la
señal de la cruz. Bueno, como
siempre no, porque hoy quisiera que me enseñaras el sentido de
este signo, sólo empobrecido por la rutina de cada día. Porque la
señal de la cruz significa bendición.
Desde que tú transformaste el valor de la crucifixión de negativo en
positivo, los cristianos bendecimos la cruz.
Por eso, Señor, señalar mi día con el signo de la cruz debe significar
un propósito sincero de pasar por la vida en ademán de bendecir.
Recuérdame también, Señor, que la cruz es un signo MÁS.
 Eso me impone el deber de ser positivo en mi jornada diaria 
que comienza con la señal de la cruz.
Tengo la obligación de sumar y multiplicar, de añadir mis esfuerzos
a la tarea de los demás, evitando la resta y la división. Debo tomar
como slogan la palabra MÁS, porque la cruz con que abro la página
de cada nuevo día no tiene otro sentido.
Graba, Señor, profundamente en mi memoria que la Cruz es una
espada. Por eso, señalarme con ella en la frente, en los labios
y en el pecho es todo un programa de lucha contra los malos
pensamientos, las palabras mentirosas y faltas de amor
 y las obras indignas de un cruzado de Cristo.
Recuérdame, Señor, que el trazo vertical de la Cruz me exige buscar
siempre la unión de la tierra con el cielo y que el trazo horizontal me
pide abrazar al mundo entero de un extremo al otro por el amor.

J. Falcky y V. Gil.


3ª  Huella de Cuaresma
NUESTRAS DEUDAS


PECADO HOY. Señor, en su forcejeo constante por enmendarte la
plana, el hombre y la mujer contemporáneos han llegado a suprimir
del Diccionario la palabra pecado, que resulta poco elegante e
impropio de una sociedad evolucionada, lanzada a la libertad y
dispuesta a liberarse de todos los viejos tabúes, empeñada en
zafarse de todas las trabas de cuño religioso.
Sin embargo, Señor, el hombre y la mujer modernos olvidan este
pequeño detalle: de que no basta suprimir la palabra pecado, si
no se suprime la realidad del pecado. Y en la boca de los mismos
que no quieren saber nada de faltas morales, está la acusación
de acciones condenables en los demás. No hablan de pecados,
pero sí de injusticia, de opresiones, de crímenes, de transgresiones
humanas y de lacras sociales. Y la solución, Señor, no está en
cambiar las palabras, ni en dirigir el dedo acusador hacia el rostro
de los demás, de las naciones o grupos sociales, o estamentos o
clases, como responsables de la marcha ruinosa del mundo.
La solución está en escuchar en lo más hondo de la conciencia de
cada uno las palabras de Jesús: “El que esté libre de culpa, que tire
la primera piedra”.
Cuando la gente encerró en el círculo vicioso de la acusación a la
mujer sorprendida en adulterio, tu Hijo Jesús, no zanjó el asunto
diciendo que no había responsabilidad en la mujer. Lo que hizo
fue presentarla como un espejo donde debían mirarse todos para
reconocerse pecadores como ella.
Por eso, Señor, cuando se nos ocurra la fácil tentación de echar
sobre la sociedad el fardo de los males que la aquejan, el comienzo
de solución está en mirar nuestra parte de culpa por haberla puesto
así y encajar cada cual el consejo de Cristo: 
“Anda y no peques más”.

LA ESCLAVA LIBRE. Señor, ¿cuándo vamos a liberarnos del
equívoco de las palabras? Porque hablamos y hablamos de
que la sociedad actual defiende todas las libertades humanas.
Nos extrañamos de aquellas épocas en que estaba admitida la
esclavitud, pero si nos fijamos en la realidad de la vida, hallamos
cadenas, trampas, lazos y cerrojos que nos atan por todas partes.
Está bien, Señor, que propugnemos la libertad del ser humano,
pues si es libre por tu voluntad creadora, no es libre para
enmendarte la plana, esclavizando a los demás,
 o esclavizándose a sí mismo.
Pero, ¿qué ganamos con proclamar a los cuatro vientos que somos
y debemos ser libres, si nos coartamos o nos coartan la libertad con
las alambradas del poder, del servilismo, la coacción y el miedo?
Está bien, Señor, que surja una Teología de la Liberación, que nos
haga ver las aplicaciones humanas y sociales de la libertad querida
por Ti y predicada por Cristo. Pero sin olvidar lo principal: que la
fundamental esclavitud del ser humano es la interior, la que nos
encadena al mal moral, ya que Jesús afirma: “Os aseguro que
quien comete pecado es esclavo del pecado”.
Está mal, Señor, sentir en el campo de las actividades sociales los
límites del muro que nos cierra el paso, pero es peor encerrarnos
a nosotros mismos por debilidad o por malicia en las fronteras
 del pecado y renunciar a la verdadera libertad humana 
y a la libertad cristiana.
Está mal, Señor, que haya hombres y mujeres sometidos a
dictaduras exteriores del tipo que sean: económicas, profesionales
o ideológicas, pero aún es peor caer en las garras de las pasiones
e instintos, entregándoles la propia libertad, ya que no hay
servidumbre más vergonzosa que la voluntaria.

PECAR, VERBO ACTIVO. Señor, aunque la palabra pecado está
cada vez más desprestigiada en el lenguaje ordinario de nuestro
tiempo, tal vez la realidad significada por esa palabra no esté más
ausente que en otras épocas de la vida cotidiana y del hombre o
mujer actuales. Por eso, vengo a hablarte hoy sobre el tema.
Señor, el primer problema que se nos plantea, cuando nos
enfrentamos con el pecado es su carácter bifronte, es decir, por
un lado nos sentimos atraídos por su aspecto bueno, ya que
nuestra voluntad sólo puede ser atraída por el bien; por otro lado,
sentimos la repulsión de lo negativo, que se esconde entre sus
pliegues. Sólo que a medida que decrece en nuestra alma el sentido
de lo religioso, de lo moral, de lo bueno, de lo noble, 
aumenta en nosotros de manera directamente proporcional 
la debilidad ante la fuerza del pecado, 
llegando a ser irresistible en su confusa atracción.

Otro aspecto que no vemos fácilmente, Señor, es la relación
entre el pecado y Tú. Todo lo más entrevemos una transgresión de
la Ley Divina, pero no una vinculación entre el ser humano y Tú. Sin
embargo, acierta el hijo pródigo, al reconocer: 
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti”.
Porque somos imagen y semejanza tuya, Señor, pecar es ofender
esa imagen, esa impronta, esa presencia divina que hay en
nosotros.
Y porque somos hijos tuyos por la gracia, pecar es deshonrar el
apellido familiar. Por eso, “Padre nuestro que estás en el cielo, no
nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal”

TABÚ. Señor, viene bien traer aquí una frase de un pensador
cristiano sobre el pecado, esa palabra prohibida para el diccionario
moderno, pero esa realidad presente en la historia contemporánea:
“Humano es caer en el pecado, diabólico permanecer en él;
cristiano, odiarlo, divino, perdonarlo”.
Señor, aunque conoces lo débil de nuestra voluntad inclinada al
mal desde la caída del primer pecado, Tú sabes que es humano
resbalar. Haz que nosotros lo comprendamos también para no
extrañarnos de caer ni de ver caer a los demás.
Señor, enséñanos a juntar esta realidad dolorosa de nuestras faltas
morales con el esfuerzo de levantarnos del fango. Recuérdanos que
sólo es propio del demonio empeñarse en el mal, perseverar en la
cuneta del pecado, obstinarse en el círculo vicioso de la culpa.
Señor, haz que aprendamos a conjugar la comprensión de nuestra
naturaleza pecadora con la postura cristiana de aborrecer esas
faltas que costaron tan caras a tu Hijo, y que nos privan de nuestra
dignidad suprema, la gracia del bautismo que nos hizo hijos tuyos y
hermanos de Jesús.
Pero, sobre todo, Señor, en las horas bajas del mal no permitas
que la desesperación borre de nuestro horizonte la verdad luminosa
de lo que la Iglesia dice de Ti: que eres un Dios cuya propiedad
esencial es compadecerse siempre y perdonar. Así, nuestra
debilidad humana no sería jamás obstinación diabólica.

J. Falcky y V. Gil


4ª Huella de Cuaresma
HACER PENITENCIA

Lavado de cerebro. Señor, nunca insistiremos bastante en
entender el sentido de la penitencia evangélica, no como un
signo de mortificación externa, sino como símbolo de conversión
interior, como un cambio de criterios contrarios a los que
espontáneamente nos dicta la naturaleza viciada.
Concretamente, Señor, todos tendemos a tener cada vez más,
a parecer cada vez mejor, a ambicionar sin freno, a poder sin
límite. Todo lo más hablamos de una codicia controlada, porque
resulta más eficaz que una codicia burda y desenfrenada, y
porque queremos en nombre de cierta honorabilidad,
 guardar las apariencias.
Con el Evangelio en mano, Señor, no se puede hablar de codicia
controlada, sino de control de la codicia, que es muy distinto. Tu
Hijo Jesús pretende coger nuestra cabeza y volverla del revés.
En lugar de mirar hacia el yo como centro del mundo, quiere que
miremos hacia los demás como meta de nuestras aspiraciones y
medida de nuestra acción.
Cuando Jesús plantea a sus discípulos el programa esencial
del Cristianismo les descubre la antítesis de lo que resulta la
tesis más vulgar. Nada de ambición, todo de servicio. Nada
de premios ni honores, todo de entrega y sacrificio. Nada de
privilegios, todo de dar la vida por los demás. Nada de gloria y
liderazgo, todo de rescate de los demás.
Señor, será mejor escucharlo de los mismos labios de tu Hijo
Jesús: “El que quiera ser grande entre vosotros, ha de ser el
servidor vuestro; y el que quiera ser el primero entre vosotros,
ha de ser vuestro esclavo.
 Como el Hijo del Hombre que no vino a que le sirvieran,
 sino a servir y a dar su vida en rescate de todos”.

Viraje. Señor, hay diversos obstáculos para que los hombres nos
decidamos a convertirnos.
El primero es pensar que es imposible por la edad o por la
situación, virar en redondo. El segundo es creer erróneamente
que eso de la conversión es para los grandes pecadores y
nosotros pertenecemos al grupo de los buenos. El tercero es
opinar que ya nos convertimos una vez y basta.
Los que prescinden de convertirse por llevar mucho tiempo en
determinada dirección vital deberían recordar, Señor, que en
todos las carreteras existe el cambio de sentido para quienes
se han equivocado de ruta. Porque dar marcha atrás no es
retroceder, cuando el destino emprendido es equivocado. Lo que
urge es dar la vuelta pronto para recuperar el tiempo perdido.
Señor, quienes opinan que para ellos no cuenta eso de la
conversión, porque se creen formar parte de la élite de la
humanidad, deberían tener en cuenta que no se trata solo de
haber abierto de una vez por todas el mapa del Evangelio, sino
de seguir cada día y siempre cada una de las indicaciones
concretas que la Iglesia va poniendo a lo largo de la Historia.
Señor, los que pasan por alto la conversión, porque se
convirtieron un día con ocasión de un acontecimiento que les
llegó a lo más hondo del alma, como puede ser la muerte de un
ser querido, les hace falta caer en la cuenta de que la conversión
no es un acto suelto en la vida, sino una exigencia constante
de pasar del mal al bien y del bien a lo mejor, 
y de lo mejor a lo perfecto.
Por eso, Señor, vengo a pedirte para todos, especialmente para
los que piensan que no va con ellos la conversión continua.
Porque, si la meta programada por Cristo es la de “ser prefectos
como lo eres Tú”, es cuestión de trabajar toda la vida
 para salir del egoísmo y acercarnos al amor.

J.Falcky  y  V. Gil


   5ª HUELLA  DE CUARESMA
CONVERTIRSE



LO SIENTO EN EL ALMA. Señor, aunque con sordina todavía
se oye hablar de penitencia en el clima de la Cuaresma, ¿tendrá
la culpa de su impopularidad la mala prensa que durante siglos
se le ha dedicado, haciéndola sinónimo de una mala noticia:
e anuncio de las culpas morales junto con la llamada a su
expiación aflictiva por medio de la mortificación?
Para nosotros, Señor, los cristianos, después de tanto tiempo,
un penitente sigue siendo un hombre austero, triste, que repite
la letanía de sus faltas prolijamente y cultiva, acomplejado, el
sentimiento de su indignidad y se autocastiga con privaciones y
maceraciones corporales.
Sin embargo, Señor, en el Evangelio el penitente es un hombre
que se alegra de su liberación de la esclavitud del pecado, que le
tenía encarcelado y festeja con alegría el descubrimiento de que
Tú le amas como el Padre del hijo pródigo y mide la miseria de
su pasado por la misericordia de su elevación presente.
Señor, es verdad que en muchos sectores se ha pasado de un
antiguo régimen de penitencia medieval a una despreocupación
desinteresada por todo lo que huela a culpa y arrepentimiento.
Pero toda vía en otros grupos cristianos, la religión es culto a la
culpabilidad, obsesión por el pecado, como si Tú te complacieras
en ver al hombre humillado.
A unos y a otros, Señor, recuérdanos que tu Hijo Jesús vino
a liberarnos de nuestros pecados. Que tu perdón es alegre y
gratuito. Que la conversión debe ser el paso de una situación de
situación triste a un banquete de amor, siempre posible y gratis.

NUNCA ES DEMASIADO TARDE
Señor, barajando en estos días de Cuaresma
 los textos de la Liturgia encuentro un denominador común básico
 aunque aparezca bajo distintos nombres: penitencia,
 arrepentimiento, vuelta a Dios, cambio de mentalidad. 
Todo esto suena siempre a conversión. Esa es la
melodía interactiva en estas fechas cuaresmales.
Sin embargo, Señor, existe el peligro de pensar que con
tal proclama la Iglesia nos propone algo negativo, triste,
poco apto para entusiasmar al hombre actual, que sueña en
triunfo y felicidad como si fuera un robot. Y es que una mala
interpretación de la penitencia se ha reducido a presentarnos
solo la renuncia a lo malo, sin resaltar la búsqueda de lo bueno.
Enséñanos, Señor, también aquí a cambiar la mentalidad. 
Que apreciemos la gran lección bíblica de la conversión
 que significa un vuelta a la casa paterna
 para recuperar el calor del hogar feliz. 
Un retorno a los brazos del Padre amoroso, que otea cada
día el horizonte con la ilusión en los labios y la ILUSIÓN 
en el alma.
No permitas, Señor, que nos parezca más atractivo el charco del
cieno, que la fuente de aguas vivas, el riachuelo lleno de tierra,
que las cataratas, el pantano pedregoso que el océano infinito, el
mal moral que el bien absoluto, que eres Tú.
Y para los que piensan que todo eso es verdad, pero que la cosa
ya no tiene remedio, porque hace mucho tiempo que caminan
alejándose de Ti, ábreles, Señor, el sentido de aquel programa
popular que se emitió durante mucho tiempo en la Televisión
Italiana titulado: “Nunca es demasiado tarde”. Porque siempre
es posible la conversión, siempre es posible volver a tus brazos
de Padre, abiertos en todo momento para acogernos con alegría
desbordante.

J. Falcky y V. Gil





6ª  Huella de Cuaresma
PERDÓN, SEÑOR

EL ANGEL SUCIO. Señor, a pesar de todas las cortinas
de humo que se interponen para ocultarlo, el deseo más
ardiente de los seres humanos es precisamente el que no se
confiesan a sí mismos. La mayor parte, incluso, han perdido
la conciencia de pecado, pero aún sin saberlo todos desean
más que ninguna otra cosa el ser perdonados.
Sí, Señor, tiene razón Francois Mauriac cuando dice: “La
criatura manchada ha perdido hasta esa dicha inmensa que
le ha sido concedida y que la tiene siempre a su alcance,
una mano eternamente pronta a levantarle y eternamente
dispuesta a extenderse sobre su frente para perdonarle”.
Señor, cuando nos preguntemos, entre temerosos e
incrédulos, ¿quién nos perdonará las faltas de nuestra vida?,
respóndenos, Señor, con otra pregunta: ¿Creéis que sois tan
distintos del niño culpable que fuisteis un día, que no podía
dormir sin lograr antes el perdón de su madre y sin que el
beso de paz le abriese de nuevo las puertas del sueño?
Y, si llevamos nuestro orgullo hasta la negación del pecado,
Señor, porque creemos más fácil reducir a la nada nuestras
faltas que creer en tul perdón, recuérdanos que fuiste tú quien
enseñaste a las madres a perdonar. 
Porque, ¿quién es bueno sino sólo tú?
Y si nos viene la tentación de creer triste un Credo religioso
centrado en los pecados, enséñanos, Señor, que el
cristianismo no es una religión del pecado, sino la RELIGIÓN
DEL PERDÓN DE LOS PECADOS.

EL PADRE PRÓDIGO. Señor, ¿quién no ha meditado alguna
vez esa página imborrable de la literatura universal, escrita
por san Lucas, mojando su pluma en la sangre de tu corazón
paterno, titulada LA PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO?
Y, ¿quién no se ha visto retratado de cuerpo entero en los
rasgos de ese bala perdida, alejado de su casa para vivir al
margen de toda moral?
Hoy, Señor, quisiera pensar no solo en el hijo pródigo, que
somos todos los seres humanos, sino también en ese Padre
pródigo, que eres tú.
Porque la prodigalidad presenta el doble polo: el negativo, del
derroche, y el positivo, de la generosidad.
Nosotros somos pródigos en toda clase de miserias, tú eres
pródigo en toda suerte de misericordias. Los seres humanos,
Señor, somos derrochadores de egoísmo por todos los poros,
Tú eres generoso de altruismo
 por los cuatro costados de tu corazón.
Nosotros somos pródigos en soberbia, en orgullo, en vanidad.
Tú eres pródigo en humildad, en sencillez, en simplicidad. 
Los humanos, Señor, 
somos un derroche de avaricia, de ambición, de codicia. 
Tú eres un prodigio de generosidad, de entrega,
de donación.
 Nosotros somos pródigos en venganzas, 
odios y rencores. 
Tú eres pródigo en perdón, cordialidad y amor.
Nosotros, Señor, despilfarramos en faltas, 
en culpas, en pecados. 
Tú eres manirroto en gracias y en gracia divina.
Nosotros somos pródigos en rebeldía, 
independencia, libertinaje.
 Tú eres pródigo en responsabilidad, colaboración
y libertad. Los humanos somos el hijo pródigo de siempre,
actualizado. 
Tú eres ese Padre prodigioso, siempre abierto en
ese abrazo paternal para los que llegan de todos los caminos.

ME PESA DE CORAZÓN. Señor, ya sé que mucha gente ha
llegado a una insensibilidad moral de tal calibre que, después
de haber sentido el metrónomo de la culpa golpeando
fuertemente en su corazón, han conseguido acolchar de tal
suerte su conciencia que los golpes quedan amortiguados sin
producir sobresaltos.
Pero, ¿y los que siguen sintiendo el remordimiento? Porque
sí, Señor, Tú sabes que todavía hay muchas personas que
no han logrado neutralizar la voz de su yo más íntimo que se
queja de los malos pasos que han dado. No les convence la
teoría de que todo eso del sentimiento de culpabilidad es algo
que hay que echar por la borda. Ellos sienten, más bien, la
angustia de sentirse imperdonados e imperdonables.
Por ellos, Señor, vengo a pedirte hoy: porque si es malo
querer borrar cualquier vestigio de responsabilidad moral,
cuando se ha roto libre y conscientemente en materia grave
tu Ley, también es malo acentuar tanto la propia culpa que no
quede lugar para tu perdón incondicional.
Porque muchos, Señor, llegan a tener la presunción de creer
que sus pecados son tan grandes que superan tu capacidad
de perdonar. Cuando todas las miserias de todos los hombres
y mujeres de todos los tiempos, son un átomo imperceptible
ante la infinita misericordia de tu amor.
Señor, enséñanos a armonizar nuestro sentido de
responsabilidad con la aceptación de nuestras debilidades y
con la fe en tu perdón ilimitado. Que no caigamos en la trampa
de los que llaman “alienación” a la confianza en tu bondad,
cuando lo que resulta realmente alienador es querer suprimir
la existencia del pecado o echar las culpas a otros.

CLEMENCIA. Señor, es lástima que palabras cargadas de
fuerza hayan perdido su contenido por el mal uso que se hace
de ellas y por la mala práctica de las mismas.
Al hablarte así, estoy pensando en la misericordia, esa virtud
maravillosa llamada bienaventuranza por tu Hijo, Jesús, y
despreciada por un mundo donde triunfa la dureza, el poder,
la violencia y el odio.
Sin embargo, Señor, la misericordia no comprende solo una
compasión hacia las miserias ajenas, sino también la ternura
que es la expresión más fina del amor, la piedad hacia los
seres queridos, la clemencia ante los caídos, el perdón para
los necesitados y la bondad del corazón.
Y, cuando Cristo quiere llamarnos a la perfección ideal, nos
exhorta así: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es
perfecto”, es decir, “Sed misericordiosos como el Padre del
cielo que hace salir su sol sobre buenos y malos y llueve
sobre justos e injustos”. Porque Tú eres, Señor, el Dios de
las misericordias, lento a la ira, rico en clemencia,
 siempre inclinado a perdonar.
Por eso, Señor, -piense lo que quieran el hombre y la mujer
modernos- ser misericordioso es una actitud humana, digna
del que quiera preciarse de humanidad.
 Y es una cualidad divina que el creyente debe copiar de Ti 
en sus relaciones con los demás, teniendo un corazón sensible 
a las miserias del mundo.
Y, cuando llegue la hora de la verdad, la del Juicio Final,
Señor, ¡felices los misericordiosos porque ellos alcanzarán
misericordia!. Pues entonces seremos juzgados solamente por
las desprestigiadas obras de misericordia, como nos asegura
Jesús en su parábola del Juicio Final. Seremos juzgados
sobre haber atendido o no al necesitado en sus miserias.

J. Falcky y V. Gil